
Quiero empezar mandando un saludo, un abrazo y una felicitación bien grandes a los valerosos pueblos egipcio y tunecino. Y ojalá podamos mandárselos, también, a otros pueblos y otras gentes, tanto del mundo árabe como de otros contextos geográficos y culturales, que, cansados de soportar situaciones inaceptables de injusticia y opresión, sean igualmente capaces de alzarse contra sus particulares tiranos para intentar tomar las riendas de su destino. Algunas modestas reflexiones se me ocurren a partir de estos esperanzadores acontecimientos. La primera sería constatar el puntillazo que suponen para esas posturas derrotistas –tan frecuentes por desgracia en nuestras sociedades “desarrolladas”- de todos aquellos que proclaman la inevitabilidad del “desorden establecido”, la imposibilidad real de que las cosas cambien. ¡Vaya si pueden cambiar! Sólo hace falta un pueblo que diga “¡basta!”; que se eche a la calle de forma pacífica, sí, pero radicalmente firme y obstinada; que no esté dispuesto a seguir soportando la indignidad y la violencia de un trato inhumano y degradante.
No olvidemos, además, que este proceso liberador que hoy se extiende por el norte de África tuvo un inicio, un detonante que prendió la mecha del descontento popular: el joven universitario Mohamed Bouaziz, quemado a lo bonzo en la localidad tunecina de Sidi Buzid como radical acto de protesta cuando la policía le quitó el modestísimo puesto de frutas ambulante con el que pretendía ganarse la vida. Lo que nos demuestra también lo importantes y transcendentes que pueden resultar en ocasiones determinados gestos individuales, por más que lamentemos profundamente el hecho de que situaciones vitales desesperadas puedan llevar a alguien a tomar una determinación tan drástica.




Seminario Permanente de Solidaridad de la Facultad de Letras UCLM